Berlín, 11:53 am, km 25: Tengo las zapatillas llenas de agua, cada vez llueve más fuerte, al principio estuve intentando evitar los charcos, incluso daba algunos pasos más, que no hacían más que sumar metros al recorrido ya largo de por sí. No me gusta correr con los pies mojados, ya los estoy imaginando, primero se empezarán a arrugar, y luego la piel blandita y blanca hará unas pequeñas ampollitas que se clavarán como pequeñas agujas… es que ya lo estoy viendo…. Y… cómo demonios voy yo a correr 42 km en estas condiciones?
Al final me he rendido en mi empeño, mi marido, corriendo a mi lado ha pisado un charco con fuerza y todo el agua me ha rebotado en la pierna. He notado como mi zapatilla se inundaba. No he dicho nada, en parte porque no voy sobrada de aliento y en parte porque creo que es lo mejor que me podía pasar, ya no voy a tener que hacer pasos extras intentando librar una batalla que ya estaba perdida. Ha sido un punto de inflexión, nos vamos a mojar los pies, y que sea lo que dios quiera. Él lleva todo el camino corriendo a escasos centímetros delante de mí, o así es como yo lo siento, y cada vez que aprieto para alcanzarle, él apreta un poco más, nunca le alcanzaré, es como los dibujos animados de la zanahoria y la liebre.
Y no puedo dejar de pensar, Qué demonios hago aquí? Otra vez!!! Mira que siempre digo que esto de correr ya está, que me quiero centrar más en el yoga porque el yoga me alarga y me da flexibilidad y correr me deja más dura que un palo… y oye! que yo trabajo en una marca de yoga, mejor me centro ya de una vez, no???
Pero nada, aquí estoy, una y otra vez … corriendo. Porqué cada vez que me calzo las zapatillas y decido salir a estirar las piernas, vuelvo con las pilas cargadas, feliz como una perdiz, sabedora que he sido capaz de vencer la vocecita interior que me daba toda una lista de razones por las que no debía salir. Pero no, la he vencido, he salido, me he oxigenado, me he puesto en contacto con el aire fresco que me acaricia la cara cada vez que consigo llegar corriendo al Tibidabo, he visto Barcelona desde arriba, imaginando las personas ahí dentro del bullicio, y sonriendo internamente por tener la suerte de estar arriba de la montaña y mirarlo con perspectiva, aunque sólo sea por unos segundos, antes de volver a sumergirme en el caos con todos ellos… y finalmente he vuelto a casa con ganas de comerme al mundo…
… Yo creo que es como darse una ducha, al final necesitas ese gesto diario no sólo por higiene sino para sentirte mejor; pues bien, los días que yo me hago una ducha de correr, me siento con las ideas claras, me siento más viva, curiosamente me hace valorar más mi entorno, las cosas materiales dejan de tener importancia, conecto más con mi esencia, me quito las capas de superficialidad, soy yo en mi versión más pura, muchas veces sin maquillaje, sin accesorios, sin casi nada, esta soy yo, el correr me obliga a mostrarme al mundo tal y como soy, sin importarme lo que opinen, algo que muchas veces intentamos ocultar bajo capas de maquillaje, peinados, y vestidos.
No puedo dejar de pensar, qué nos ha empujado a estas 40,000 almas cándidas a enfrentarnos a este reto en un frío y lluvioso día de otoño en una ciudad que para muchos de nosotros nos es ajena. Yo veo 40,000 historias de superación personal, cada una de estas personas es una o un valiente que ha decidido dejar atrás la comodidad de sus hogares y enfrentarse a sus demonios, ha plantado cara a esa vocecilla incansable que te dice que no te molestes, que no vale la pena. Cada uno tiene una historia personal que le ha conducido hasta este punto, algunas son grandes y conmovedoras como el superar una enfermedad, otras más pequeñas y banales como perder algunos kilos de más; pero todos y cada uno de nosotros estamos saliendo de nuestra zona de confort, y es fuera de nuestra zona de confort donde pasan las grandes cosas. Nos puede ir mejor o peor, pero estoy segura que todos recordaremos este día por muchos años que pasen. Esos pasos finales hacia la meta, en los que algunos llegamos en mejores condiciones y otros en peores, parecen siempre eternos, ves como el arco de meta se va acercando pero nunca llega, y el pasaje se hace tan intenso que cuando por fin llegas sacas todo lo que llevas en ti, las emociones que has ido acumulando, todo está a flor de piel, y tu YO más primitivo emerge, grita, llora, sonríe … sale todo lo que llevas dentro y no lo puedes ocultar.
Y me siento viva, como pocas veces me siento en mi vida. Y creo que es una de las razones por las que este deporte engancha a tanta gente, porque permite que personas ordinarias como yo, nos sintamos capaces de conseguir cosas extraordinarias.
Doy gracias por tener personas a mi alrededor que me empujan y me apoyan a superarme, y a lograr cosas que nunca creí posibles.
- Regina -
Regina, eres una catacrack!!!!
Correr maratones es de valientes, disfruta de cada monento, de ésta y todas las demás que ya llevas en la mochila! 😘
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