Aprende a aceptar tu cuerpo: eres bella como eres.
Aceptar el cuerpo como es, abrazar sus formas y sus colores, sus texturas y sus olores, es un acto de amor incondicional hacia la vida. Es de valientes, no de pecadores. Es de humanos, no de egos.
Muchas sociedades estipulan unos cánones de belleza exterior que, según ellos, son la perfección. Se deben seguir unas pautas específicas para entrar en lo que ellos juzgan como la categoría de “los bellos”.
Sin embargo, ¿cómo es posible que la imagen que unos tienen sobre la belleza condicione a miles y miles de personas? ¿Porqué se debe buscar la extrema delgadez, cuando la salud se ve afectada? ¿Porqué estar obsesionado con las piernas largas cuando se ha nacido con una estatura diferente? ¿O buscar unos brazos exageradamente musculosos cuando levantar peso no es nuestra afición? ¿Porqué sentirse insuficiente si uno no corresponde con los criterios de una minoría? E incluso, ¿porqué sentirse feo y culpable si uno no cumple con las expectativas estéticas de la mayoría?
Esta costumbre de querer agradar a los demás, aún sometiendo el cuerpo a un calvario, es destructiva y desproporcionada. Buscar seguridad en la aprobación exterior no aporta confianza, ni paz, aunque muchos no lo quieran ni pensar.
Cada uno ha nacido con una apariencia diferente, un cuerpo distinto y unos genes únicos. ¿Porqué destruir la esencia de cada ser en pos de crear una masa de personas iguales? ¿Porqué ir en contra de la autenticidad y buscar la similitud? ¿Porqué otorgar belleza sólo a una minoría? ¿No reside en cada individuo una chispa divina?
La belleza exterior es solo una ilusión. La apariencia física de una persona no puede ser el determinante de su valor. Es efímera y pasajera. Es relativa y fluctuante. El cuerpo es un templo, pero no condiciona la suficiencia de una persona. Debe ser tratado con amor y respeto, pero no debe ser fuente de ego. Debe ser cultivado para conectar con lo divino; pero él no es lo divino. El cuerpo viene y se va; sin embargo la belleza real perdura ante cualquier fatalidad.
Aprender a aceptar el cuerpo y cuidarlo con el mayor de los respetos es bello. Ver en el cuerpo de los demás un milagro de los cielos, es bello. Aceptar los cambios que trae consigo el tiempo, es bello. Todo aquello que colorea la piel, la arruga o la alisa, es bello.
Cuando uno ve las cosas como son, sin creencias ni juicios, sin comparar ni esperar, la realidad brota, bella y espontánea. El auténtico sentido de belleza se desvela ante él que la observa.
¿Cómo podemos conectar con esa belleza real?
Mirando sin exponer nuestros deseos o utilizar nuestros recuerdos. Contemplando las cosas con ojos siempre nuevos. La meditación es una práctica muy útil para vaciar la mente de pensamientos y ver de nuevo todo lo bello. El “arte de ver” debe ser cultivado para no caer en el error del ego y su encarcelamiento, para alcanzar la libertad y dejarse llevar. Ser belleza es una actitud, no una apariencia. Ser bello es un comportamiento, no un esfuerzo. La belleza real surge de la autenticidad: y eso significa aceptarse tal y como uno es. Sin buscar la transformación, sólo la evolución.
Darse mimos y cuidar de uno mismo no es una señal de ego ni fuente de sufrimiento si se hace desde el corazón. Si se disfruta con cada acción. Sin embargo, cuando uno se desvive por su cuerpo y su vida se rige por el hedonismo, a costa del sufrimiento y del dolor, de la salud y del bienestar, entonces es autodestrucción. Una belleza aparente que esconde, en realidad, una fealdad creciente.
¿Cómo aprender a aceptar nuestro cuerpo?
Existen diferentes prácticas muy bonitas y sencillas para aprender a vaciarnos de condicionamientos y aceptar nuestro cuerpo.
- Aceptar las emociones y sensaciones que surgen al ver nuestro cuerpo: observar los pensamientos, emociones y sentimientos que surgen al observar nuestro cuerpo es fundamental para aceptarlo primero, y amarlo después. ¿Qué significa eso? Reconocer nuestras aversiones. ¿Qué es lo que no nos gusta de nosotros? ¿Nuestros glúteos caídos, nuestras arrugas en la piel, nuestros dientes torcidos? ¿Podemos convivir con eso? La aceptación empieza por el reconocimiento: soy consciente de que esto de mí no me gusta pero puedo convivir con ello y aceptarlo tal y como es. No es cuestión de mentirse: uno debe saber la razón por la cual no se ve bello y aprender a vivir junto a eso sin negarlo, huirlo o reprimirlo. En el rechazo aparecen soluciones drásticas para solucionar el problema; en la aceptación aparecen respuestas más claras sobre cómo lidiar con el problema. Con la primera actitud, intentaremos cambiar el cuerpo desde el sufrimiento; con la segunda actitud, intentaremos cambiar nuestra percepción y despertar el amor.
- Mirarse al espejo: colócate frente a un espejo. Con ropa o sin ropa. Como lo prefieras. Obsérvate unos momentos. Deja de identificar ese cuerpo a tu nombre, edad o sexo. Simplemente obsérvalo cómo es: sus formas, sus colores, los diferentes tonos que tiene, las texturas… Deja que tus ojos miren con suavidad todo aquello que conforma el cuerpo frente a ti. Tu rostro. Tu cabello. Tu cuello. Los hombros. El pecho. La barriga. Las caderas. Las piernas. No tenses la mirada. No proyectes ninguna imagen mental sobre ninguna zona. Míralo durante 5 minutos. Sin moverte, sin buscar ningún tipo de posición forzada: mantente natural. Imagina que jamás has visto un cuerpo antes: por lo tanto no existe ningún tipo de criterio para juzgarlo ni definirlo. Simplemente es. Y tú lo observas sin recordar, sin desear, sin esperar. Esta práctica debe repetirse a diario durante al menos 3 semanas: esto nos ayudará a aprender a ver las cosas cómo son, sin el velo de la ignorancia que surge del ego, sin la rutina y monotonía que surge del recuerdo. A ver las cosas desde la autenticidad y espontaneidad; a ver la vida en su dimensión real.
- Cambiar desde la paz, nunca desde la agresividad: finalmente, cuando una persona se ha vaciado por completo de su ego, es capaz de ver las necesidades reales del cuerpo en ese momento. Está preparada para transformar, poco a poco, todas aquellas cosas que REALMENTE necesitan ser cambiadas y que afectan al bienestar físico, mental y espiritual. Desde la aceptación y la contemplación, uno es más lúcido. Más consciente. Y más maduro. En ese momento, uno puede tomar decisiones desde el entendimiento y el respeto, desde la paciencia y la bondad. Y también aprender a conformarse con lo que es. Es de valientes abandonarse al momento presente; de cobardes huir de él constantemente.
Recuerda que el cuerpo es un instrumento existencial; no es tu auténtica identidad. Es un vehículo que la vida, generosa y majestuosa, te ha otorgado para que puedas conectar de forma consciente con tu esencia. Para que puedas volver al estado de paz y de espontaneidad que forma parte de tu naturaleza real.
El cuerpo no es un fin en sí: es el medio que te permite vivir. Sentir. Fluir.
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